lunes, 20 de julio de 2009

¡Cuidado con la bicha!




Este es el título mas conveniente para el viaje a Cádiz que realizé con mi amiga Anna, la Sepia. Las razones. Aqui.


Empecemos situándonos en tiempo, espacio y logística. Fecha: Semana Santa del 2009. Lugar: provincia de Cádiz. Medio de transporte: una furgoneta con cama. Sí, es lo único que en ese momento tenía, pues ni nevera, ni agua, ni fogones, ni nada de nada tenia para utilizarla como vivienda móvil. Una vez situados ¡abróchense fuertemente los cinturones de esta furgoneta que se avecinan curvas! Pero no se fíen mucho de ella pues es ¡una bicha! ¡Y de las malas!


Curvas y rectas que des de Valencia nos llevaron a un pueblecito de Sevilla, Sanlúcar la Mayor, donde un antiguo compañero de viaje de Sepia nos recibió con los brazos y las jaulas abiertas. Púes nos enseño su pequeño zoológico casero, con gatos, perros, un pez, y cientos de pájaros en una jaula enorme en la que puedes entrar y alucinar. “Paaaaaaríto” los llama su dueño por su acento sevillano y tartamudeo. Aprendimos cómo se cría y perfecciona una especie de canario con tupés en la cabeza. El ganador español estaba entre ellos con un tupé y cuerpo perfectos, empleado para montar día y noche las hembras ponedoras. Púes las criadoras son otras. Aquí cada uno tiene asignada una función. Es como un trabajo. ¡Que suerte la del macho!


Sepia y yo seguimos nuestro camino hacia el sur hasta llegar a otro ¡Sanlúcar! esta vez de Barrameda. Y de nuevo nos encontramos con amistades de Anna, la Sepia. ¿Seria por gorrear? ¿O tal vez por nuestra fobia a estar juntos durante un tiempo superior a nuestro nivel de tolerancia? Quien sabe…la cuestión es que las compañías improvisadas eran muy agradables y divertidas. Como ejemplo el encuentro con una niña de unos cinco años que nos sorprendió con su marcado acento gaditano y espontaneidad. Sin querer bautizó y le puso nombre a la nueva furgoneta. Sí, la niña estaba coloreando la imagen de una egipcia con una serpiente en el brazo y al ser preguntada por lo que pintaba ella contestó: ¡una Bicha! (pronúnciese como “Bisha”). Ante nuestra estupefacción, unos días después, al reaccionar, no dudamos ni un momento en que la nueva furgoneta con cama debía llamarse definitivamente ¡la Bicha!


En Sanlúcar de Bárramela tuvimos tiempo para hacer turismo por sus calles, visitar sus múltiples monumentos y presenciar una procesión muy conocida de la Semana Santa Andaluza. Fue bastante espectacular el silencio del público contrastado con el sonido de los tambores y la imagen de los pasos rozando nuestras cabezas a su paso por una calle estrechísima. Más adelante, en otros pueblos era imposible evitar estas procesiones. La verdad, vista una, vistas todas. Al final, después de tanta procesión ya no sabíamos si el hombre crucificado de los pasos era Cristo o Falete.


Dejando ya de lado Sanlúcar la Mayor y Sanlúcar de Barrameda visitamos el monumento de la Villa de Chipiona dedicado a su hija prójima, la cantante Rocío Jurado. ¡La más “glande”! Púes nuestra siguiente parada en la capital de la provincia, la ciudad de Cádiz, tiene la forma exacta de un pene y sin un solo aparcamiento apto para furgonetas ni en el tronco del prepucio ni en su prominente glande. Así que optamos por seguir el camino sin pisar el falo.

Dejando ya de fado, digo de falo, de ¡lado! la capital, hicimos una parada técnica en Conil de la Frontera, donde la policía casi atropella a medio pueblo por calmar una pelea entre adolescentes con pendientes más grandes que los aros de los Juegos Olímpicos. Aquella visión nos transmitió una gran seguridad hacia nuestras fuerzas armadas, además, nos hizo ver que la etnia gitana y paya no tienen grandes reparos en tener relaciones sexuales sin preservativo. Mas adelante descubriríamos que el origen de la etnia gitana no está en Rumania, sino en Arcos de la Frontera (Cádiz).


Siguiendo la línea de la costa atravesamos Caños de Meca, Barbate y comimos en Zahara de los Atunes esperando tener de compañero de mesa a Hugo Silva, pero lo que nos encontramos fue con un vendaval en la playa y hincándole el diente a un atún carbonizado. Un “truño”, vaya. Palabro que solíamos utilizar para definir muchos de los pueblos o paisajes de los que huíamos como de la peste. Lógicamente, no todo en Andalucía es como se ve en su promoción turística con banda sonora de Chambao. Aunque la verdad que muchos otros lugares son muy bonitos. Como nuestra visita al falo, digo, al ¡faro! de Trafalgar famoso por ser testigo de una sangrienta batalla naval entre españoles e ingleses. Todo muy natural y hippy, pero eso si, tenia su bar con inflación, su césped y su cartelito de prohibido el consumo de estupefacientes. Y por no nombrar las mansiones que afloraban en el bosque con sus luces con detector de presencia para poder meter el Mercedes en el garaje sin que se ralle lo más mínimo. A nosotros estas luces nos servían para bajar de la furgoneta y echar una meada de medianoche cómodamente. El culo por muy blanco que lo tuviéramos era reconocido por el detector.


En el dispositivo GPS indicamos destino Tarifa. Observamos las preciosas playas que preceden a la ciudad, pero a pesar de la buena temperatura reinante, el fuerte viento no animaba demasiado a bañarse en sus aguas. En Tarifa lógicamente nos ofrecieran droga en cada esquina de la ciudad, pero nosotros lo que deseábamos con locura era una simple ducha. ¡Que ilusos aquellos marroquíes, con lo que le hubiésemos pagado por una ducha de agua caliente! Ya llevábamos días buscando campings, albergues, duchas de la playa o incluso polideportivos municipales para quitarnos la mierda. Pero ninguno era valido, pues estaba cerrado o era un robo o pasaríamos mucho frío. Mi pelo según Sepia estaba compuesto por clapas, un rizo apelotonado, calvicie, un rizo apelotonado, calvicie. ¡Que horror! Encima era despreciado por Sepia, pues rechazaba todo contacto físico mutuo. Corríamos el riesgo de engancharnos con la mierda, pero yo necesitaba su cariño.


Con las esperanzas ya perdidas por conseguir ducharnos, pasamos de largo Algeciras que de lejos ya vimos que la furgoneta era demasiado nueva para ser desvalijada y nuestros cuerpos demasiado jóvenes para ser descuartizados. Seguimos buscando un sitio para dormir, pero todos nos parecían un truño tras otro. Por casualidades de la vida acabamos en San Roque, un pueblo precioso con procesiones de Falete y con una piscina municipal con vestuario y sus duchitas. A los dos segundos estábamos en recepción preguntando por si al día siguiente era posible el acceso a la piscina o al gimnasio. Nos dijeron que sí, y por menos de tres euros. Así que locos de alegría pensando en ducharnos al día siguiente y mientras paseábamos por la calle tuve la gran ocurrencia de pisar un “cholec” o batido de chocolate con caña que estaba en el suelo y rápidamente salio a propulsión un chorro de líquido directo a la cara y al escote de Sepia. Pensé que en ese momento iba a morir en manos de mi amiga, pero por suerte sabía que se ducharía al día siguiente y que ya no venia de un poco de mierda más en su cuerpo. La muerte al final fue de un ataque de risa. El pueblo era precioso pero tenía el guardia urbano más gilipollas de todo el país. Obligó a Sepia a borrar una foto donde salía de espaldas por que había tenido un mal día. Sepia optó por no liarla parda y abstenerse de replicas por no tener que ir a dormir a otro pueblo. ¡Con lo que nos había costado encontrar uno que no fuera un truño! Pero la rabia nos carcomió durante un buen rato.


Al día siguiente, día de mi veintisiete aniversario me esperaba el mejor de los regalos. La ducha. Para ello nos enfundamos nuestras peores galas para que pareciera que íbamos con ropa de gimnasio. Teníamos planeado hacer el pariré para que desde recepción no vieran que solo íbamos a ducharnos, pero al contrario de lo que nos pareció el día anterior, el gimnasio estaba separado de recepción. De todas formas hicimos el intento de hacer algo de ejercicio, pero cuando nos asomamos, vimos la estancia llena de pesas, máquinas de ejercicio y un montón de cachas vigoréxicos. Sepia ante la alergia a estos personajes y la tendencia que tienen a dirigir fijamente la mirada a los escotes, exclamó ¡directos a la ducha!


La siguiente visita fue al Peñón de Gibraltar. Poco duramos en ese trocito de United Kingdom ubicado en el sur de Europa. Otro truño y encima tenías que pagar para ver los monos. Al menos pudimos comprar un vestidito de sevillana de regalo. El hombre de la aduana alucinó con la compra y las banderitas y globos instalados en la parte trasera de la furgoneta por mi cumpleaños. Pero Sepia se bajó un poco el escote, utilizó su palique y pa’ lante”. El día del cumpleaños dio para mucho y también vimos toda la sierra de Grazalema y algunos de sus pueblos blancos. Una maravilla. Y antes de anochecer llegamos a Ronda, también muy bonito. Y como colofón a la celebración de cumpleaños salimos por allí de “ronda”. Después de los múltiples regalos que me hizo Sepia para no perder mi espíritu infantil, salimos de bares ataviados con orejas de ratón, pajarita y fusta en mano. También teníamos confetis que Sepia incitaba a la gente de la calle para que me los lanzara. Nos lo pasamos muy bien pero se nos fue la mano con las copas. Así que eche varios sollozos por la escasez de cariño que había recibido por la falta de higiene corporal, nos vitoreaban al grito de “sois unos crazys, no cambiéis nunca” y yo perdí por completo el sentido de la orientación y el retorno a la furgoneta para dormir fue toda una odisea. Si queréis conocer el relato completo demandádselo a Sepia. Mi propia imagen no me la destruyo.


Recuperados de la resaca llegamos a Arcos de la Frontera, pueblo turístico por excelencia pero como antes os comentaba, a nosotros solo nos sirvió para descubrir que el origen de la etnia gitana reside en esta población. Huimos despavoridos de la barriada donde aparcamos sin poder ver un ápice del centro histórico. Los hombres eran una mezcla entre farruquito y un capo de la mafia italiana, las adolescentes tenían melenas y vestidos negros como los caballos de pura raza pero con añadidos de oro por todas partes. Para más INRI los miradores daban a un huerto lleno de porquería con perros famélicos. Dudamos de si al volver al aparcamiento estaría la furgoneta. Por suerte estaba intacta. Ver para creer.


El fin del viaje se acercaba. Volvimos a casa cómodamente con las tecnologías de la nueva furgoneta, pero nos acompañó la lluvia y el frío. A pesar de la desagradable visita final, disfrutamos del viaje y de compartir tantas cosas, horas, días y experiencias.


Como mi compañera de viaje suele decirme.

La vida no gran cosa si no tienes nada extraordinario que contar y compartir.

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